El torero de la pierna biónica sufrió un fuerte revolcón y acabó en el hospital con tres vértebras rotas

Tarde de emociones valencianas… si no fuera por la pobre corrida de Juan Pedro, que enfría –todavía más– el festejo. En su reaparición, El Soro desencadena un huracán populista, levanta clamores, es revolcado a la hora de matar y corta una oreja. Otra corta Enrique Ponce, después de faenas plenas de sabiduría, al cumplirse los 25 años de su alternativa, en esta misma Plaza. Sin triunfo, luce Manzanares elegante estética.

El Soro es un fenómeno popular. Después del calvario de operaciones que ha sufrido, lo que ha hecho esta tarde posee un enorme mérito. Muchos profesionales dudaban de que estuviera en condiciones de hacerlo; con voluntad admirable, lo ha logrado. Puede estar legítimamente orgulloso.

Tiene fortuna en el sorteo: su primer enemigo flojea, como toda la corrida, y, además, comenta un vecino, es un santo varón (si eso puede decirse de un toro bravo). Vicente dibuja buenos lances, sin moverse; conmociona a la Plaza con tres pares de banderillas, incluido uno al violín, en tablas. Clava una bandera valenciana en el centro del ruedo; escucha un cante flamenco. Aunque renquea ostensiblemente, corre la mano a media altura, encadena pases por alto y desplantes. Hace guardia con la espada antes de la estocada: oreja clamorosa y una vuelta al ruedo que parece un anuncio de la huerta valenciana.

A portagayola

Todavía sube más la emoción al recibir al cuarto a portagayola pero sentado en una silla (de rodillas, ¿podría levantarse?). Alterna en los palos con Montoliú; el último par, de verdadera angustia. Este toro tiene más fuerza pero se para. El Soro tira de recursos, por alto. A la hora de matar, es arrollado dramáticamente, se roza la tragedia. Después de la vuelta al ruedo, da otra a la carrera, con flexiones, para mostrar que está en forma (en el estilo del El Cordobés) y una tercera más, aclamado por su público.

También recibe el cariño popular Ponce, al cumplir 25 años como matador. Su primero protesta continuamente, mansea, hace hilo con El Soro (otro gran susto). La faena de Enrique es impecable: lo lleva imantado a la muleta, alarga la embestida de un toro renuente a hacerlo. Con sabiduría y elegancia, logra un trofeo. El quinto, jabonero, muy corto y flojo, cae varias veces, levanta protestas. El pulcro trasteo es como sacar agua de un pozo seco. A pesar de su maestría, no puede transmitir emoción.

Devuelto por flojo el tercero, no lo mejora el sobrero: de salida, ya no puede con su alma (si es que la tienen los toros). No tiene fuerza, ni acometividad, ni pujanza, ni… Manzanares lo alivia, con su natural empaque, pero la emoción es imposible. Además, no lo ve claro con la espada. (Aunque es gran matador, entra desde demasiado lejos). En el sexto, como diría un castizo, ídem de lienzo. Se luce y arriesga, con los palos, Curro Javier. Brinda a Ponce y Pepín Liria. Acompaña con elegancia al toro, como si fuera un carretón, hasta que se apaga y se raja a tablas. La petición de oreja, no concedida, se queda en silencio (algo que antes hubiera sido inaudito).

Gracias a Dios, El Soro no ha sufrido una cornada y ha reeditado su comunión con su público. Tiene gran mérito pero no debe abusar de suÁngel de la Guarda: bastante le ha hecho trabajar, esta tarde. Al término de la corrida, fue trasladado en ambulancia a la Clínica de la Salud y desde allí al Centro de Rehabilitación de Levante para someterle a diversos estudios, donde se vio que sufría «fractura en acuñamiento de tres vértebras, las 10, 11 y 12».

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