El torero francés corta tres orejas con una templadísima y serena tarde; vuelta al ruedo en el arrastre para un toro de calidad superior de Núñez del Cuvillo

Sebastián Castella se forjó la puerta grande con la lumbre de su pulso. Castella había encendido la llama del temple mucho antes de que apareciese ‘Juncoso’ en escena, ese toro hondo y redondo queportaba en su bodega una embestida a fuego lento. La plaza, helada y sin noticias del ‘caloret’, puso las manos en la hoguera del elegante galo con agrado y agradecimiento. Ya se habían encendido los focos, la fría humedad calaba en los huesos y se esperaba el quinto toro de Núñez del Cuvillo como con prisas por acabar. Pero las prisas son para los ladrones y los malos toreros.

‘Juncoso’ gastaba hechuras y testa de toro mexicano, capitalino, apretado de carnes y cara de amigo del alma. A pies juntos lanceó Castella antes de que el cuvillo derribase al caballo por los pechos; el quite por chicuelinas trajo ajuste y fino trazo sin sevillanías. Sebastián es hombre leal a sus principios, y así herró el prólogo de faena con el sello de la distancia y los cambiados por la espalda y la izquierda que se suelta a golpe de muñeca entre el pase del desprecio y el pase de pecho ligado.

La templanza de uno y otro sumaron por la derecha: la tersura ligada del torero y la calidad sin mácula del toro. Un cambio de mano bordado sería el primero de unos cuantos dibujados al ralentí; en el mejor de ellos desembocó un circular invertido, sin solución de continuidad, avanzada la faena ya con los tendidos comiendo en la misma palma. Se erigió como el natural más enroscado de los habidos, muy por abajo en tanda partida. Cuando la faena se hallaba en la zona caliente, Sebastián Castella ató las orejas en redondo y en un palmo de terrenos. Y no falló con la espada pese a los gritos desorientadores y desnortados de quienes por ser domingo solicitaban el indulto de Juncoso y su bravura de seda. Asomaron casi consecutivamente los pañuelos blancos y el azul de la vuelta al ruedo en el arrastre.

El pulso de Castella ya se había visto con un burraquito sostenido con alfileres y buen aire pero sin continuidad. La figura de Francia templó todo, el titubeante toro y un vientecillo incómodo. Le dio el primer giro a la cerradura de la salida a hombros.

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